lunes, 22 de diciembre de 2008

ARREPIÉNTETE Y REPITE CONMIGO: LA TIERRA ES PLANA


Me sorprende comprobar que, aún hoy, muchos sostienen que en la Edad Media se pensaba que la Tierra era plana. Sin duda, esta creencia se generalizó en el siglo XIX tras la publicación de una obra del norteamericano Washington Irving de 1828, The life and voyages of Christopher Columbus, en la que este afirmaba tal cosa. Muchos libros de texto en Estados Unidos aún lo afirman. Y muchas personas creen en el mito de que incluso Colón aceptaba tal planicie al iniciar sus viajes. De hecho, Colón planteó sus periplos como ruta alternativa para llegar a las Indias por mar, por lo que, evidentemente, él creía en la forma circular de la Tierra.
Y no sólo eso. Hay quien defiende aún, en lo que no deja de ser una pose testimonial a favor de la Iglesia más que una postura real, que la Tierra es el centro del Universo.
Y es que la tesis de la redondez de nuestro planeta era defendida ya por los griegos, varios siglos antes de nuestra era. Pitágoras, filósofo y matemático del siglo VI a. de C., o Aristóteles, uno de los más grandes filósofos de la Antigüedad, del siglo IV a. de C., ya daban por cierta esta hipótesis.
Resulta increíble como Eratóstenes, matemático, astrónomo y geógrafo, calculó, en el siglo III a. de C., la circunferencia de la Tierra, partiendo de la convicción de que nuestro planeta era redondo:
Por referencias obtenidas en la biblioteca de Alejandría, de la cual fue director hasta su muerte, sabía que Siena (actual Asuán, en Egipto) estaba situada exactamente en la línea del trópico de cáncer, dado que en el día del solsticio de verano el sol no proyectaba ninguna sombra en el suelo, es decir, estaba justamente encima. Suponiendo que Siena y Alejandría tenían las mismas coordenadas de longitud (realmente distan 3 grados) y que el sol estaba tan alejado de la Tierra que sus rayos podían considerarse paralelos, midió el ángulo de la sombra que se proyectaba en Alejandría ese mismo día y obtuvo 7,2 grados (en realidad son 7,08).
Eratóstenes sabía que ese ángulo equivalía al formado por las dos ciudades y el centro de la Tierra, así que dividió su tamaño por 360, el número de grados que tiene el círculo, para determinar la fracción del planeta que separaba Siena de Alejandría, obteniendo como resultado 1/50. Es decir, si caminas de Siena a Alejandría 50 veces, habrás recorrido el equivalente a la circunferencia de la Tierra.
Sólo restaba medir la distancia exacta entre las dos ciudades y multiplicarla por 50. Estableció esa distancia en 5.000 estadios con lo que la distancia de la circunferencia de la Tierra debía ser de 250.000 estadios. Suponiendo que tomó como medida el estadio egipcio (algo más de 157 metros) y no el griego, logró un resultado final de 39.300 kilómetros.
Teniendo en cuenta que la distancia real alrededor de nuestro planeta es ligeramente superior a 40.000 kilómetros (dependiendo de si medimos por el ecuador o por los polos), su error fue de tan solo el 1 ó el 2%.
Sus predicciones sirvieron para que más de 1.700 años después un tal Colón se aventurara a ir desde España hasta la India por el lado oeste del planeta y se topara con más tierra de la esperada.
Ya en el siglo I, Plinio el Viejo, o en el II, Ptolomeo, afirmaban que la comunidad científica estaba de acuerdo, en su mayoría, en aceptar que la Tierra era redonda. Otra cuestión fue dilucidar qué giraba alrededor de qué, la Tierra alrededor del Sol o viceversa.
Platón y Aristóteles, ambos base del pensamiento filosófico posterior, plantearon una cosmovisión en la que nuestro planeta era el centro del universo. Estaría en vigor, en la versión completada por Ptolomeo, hasta el siglo XVI, con la inestimable ayuda de la retrógrada Iglesia Católica que defendía el geocentrismo como eje fundamental de las afirmaciones de su libro sagrado, la Biblia.
Por otro lado, Aristarco de Samos propuso, en el siglo III a. de C., la teoría según la cual el Sol era el centro del universo y todo lo demás giraba a su alrededor. Sin embargo, no sería tenida en cuenta hasta que, en el siglo XVI, Copérnico, en su obra De Revolutionibus Orbium Coelestium, sustentó, mediante cálculos matemáticos, la teoría que lleva su nombre. A pesar de los esfuerzos de la Iglesia Católica por ocultar tales descubrimientos, científicos posteriores como Galilei, Kepler o Descartes, terminaron de dar forma en los siguientes años al inicio de la revolución científica. En 1992, la Iglesia Católica rehabilitó a Galilei de su condena por hereje más de tres siglos antes.
Mis tristes saludos a la Contemporary Association for Biblical Astronomy, dirigida por el físico Gerhardus Bouw, que definde en la actualidad la idea geocéntrica del universo. Su existencia nos trae el hedor más pestilente de lo que significó la Iglesia Católica en el pasado y nos recuerda lo poco que significará en el futuro.