Poeta nacido a la desgracia y desarmado frente al mundo, la vida era para Poe un mal sueño. El whisky y el opio aliviaban sus pesadillas y las deudas le devolvían a ellas. Aún hoy es recordado, más que por sus éxitos, que no fueron muchos, por las fantasías y ficciones que parió y que, al fin, acabarían celebrando su derrota.
En medio del cómodo optimismo de principios del XIX, Poe interpretó Hamlet para su propio fantasma y, a veces, es difícil separar al poeta del espectro que soñaba pájaros disecados y agitaba a las damas. Su imaginación embrujada se adelantó a su tiempo. Su lenguaje, sus versos obsesionados con la muerte hablan donde la razón no alcanza.
Influido por Byron, también desafió a la sociedad. Pero, mientras aquel contaba con su duro y aristocrático realismo, Poe luchaba ciego frente a sus fantasmas.
Cuando dejó la casa de su padrastro, comenzó a parir poemas a penique. Su espíritu enfermo no pudo crear más poesía pura y se valió de su vena periodística, naufragando en tierra de nadie, en algún punto entre el arte y el negocio, para poder seguir pagando sus vicios.
Si el poeta y el alcohol hacían mala pareja, sus relaciones con las mujeres fueron desastrosas. Complejos sentimientos incestuosos hacia su hermana y su prima, sazonados con amargas experiencias sexuales una mujer tras otra, constituyen todo su bagaje amoroso.
Los intelectuales suelen considerarse más inteligentes y sensibles que los demás mortales. La raíz del problema de Poe es que él realmente lo era. En sus relatos no da la impresión de ser un poeta frustrado obligado a ejercer de soldado, editor o escritor de libros de texto. Más parece un hombre con muchos pero difusos dones. Y sin embargo, su mente era tan extraordinaria que no tuvo más opción que ser infeliz.
Poco se puede decir ya, excepto que si Edgar Allan Poe hubiera sido mejor poeta -menos impregnado del lenguaje sentimental de su época- podría haber corrido, incluso, peor suerte en la vida. Y, a pesar de todo, es, probablemente, el escritor que más ha influido en la literatura del siglo XX.
200 años ha y sigue vivo en multitud de hijos póstumos, tomándose un trago antes del desayuno y soñando, siempre soñando.